viernes, 23 de septiembre de 2011

1944, LA TRAGEDIA


23 de septiembre, una fecha inolvidable para los tuxtepecanos.

Sabino Pérez Ramírez

Desde que Tuxtepec quedó marcado por la tragedia, donde perdieron la vida decenas de personas a causa de la inundación que azotó la ciudad, la gente luchó para sobrevivir en los días posteriores debido a las enfermedades que trajo consigo la catástrofe. Quienes pudieron sepultar a sus muertos, tuvieron la bendición de poderles ofrendar su dolor, sus recuerdos y su cruz. No corrieron con la misma suerte quienes se fueron con el olvido, aquellos infortunados vecinos que fueron sepultados en la fosa común, donde nadie pudo humedecer con sus ojos las oraciones que los llevarían al reencuentro con lo divino; se fueron solos, a formar parte de la fertilidad de la tierra que les había dado una esperanza de vida.
Fueron más trágicos los días posteriores a la inundación, pues el hambre y la sed, las enfermedades, la falta de medicinas, de trabajo, fueron unas de las razones por las que Tuxtepec y sus alrededores tuvieran decesos importantes de su gente. La ayuda no era suficiente, a pesar del gran esfuerzo de nuestros vecinos veracruzanos, quienes no dudaron en extendernos la mano de una forma inmediata, considerando las condiciones del lugar.
La persona a quien más se le recuerda es al ilustre benefactor Francisco Rodríguez Pacheco, quien puso a disposición de los tuxtepecanos, todo el salvamento que estuvo a su alcance para sacarnos de la trágica situación.
Tuxtepec despertó entre el agua. Mojó sus tobillos en alarmante desesperación. El río Papalopapan, el amigo de siempre, el confidente de noches enamoradas, el apaciguador de la sed y del hambre; el río que fue castigado por las trombas caídas del cielo, como maldiciones o bendiciones del hacedor de los rayos, había enfurecido su cause, había hinchado su vitalidad, y su adrenalina fue exigiendo desfogue destructivo, hasta que su potentosa musculatura arrasó las riberas, y Tuxtepec despertó con el rugido de sus agua.
La gente buscaba todos los medios a su alcance para salvarse de la furia acuosa. Las casas más endebles eran destruidas sin misericordia. El río protector fue picado por la culebra de agua venida del cielo, y el veneno enardeció sus venas, enloqueció su cause, y la gente padeció la rabia del coloso. La corriente enloquecida, enloquecedora, enloquecía inmisericorde y atrapaba con su manto acuífero a quienes intentaban salvar sus vidas. Hombres, mujeres, niños, animales, casas, árboles eran llevados al cobijo de la muerte, al encuentro con el pasado, a buscar la fertilidad de otras tierras, a ofrendar sus vidas para apaciguar la furia del colosal río de sedientas mariposas. Era el camino trazado por el Todopoderoso, que exprimió las nubes para darnos su santificada vitalidad; sin embargo, el coloso no tenía otro destino que seguir su cause.

Los sobrevivientes de la tragedia, buscaron afanosamente la forma de vengar a sus muertos; de preparar construir el cautiverio de las mariposas, para menguar su furia y debilitar su cause.

67 años después, el olvido aún no llega, y cada día es mermada la vitalidad de otrora colosal río Papaloapan; es controlada su furia con inyecciones letales, que envenenan su cause y consumen sus venas.

67 años después, el río agoniza.

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